domingo, 8 de mayo de 2011

Explotación sexual de niños, niñas y adolescentes la sociedad responsabiliza a las víctimas

Edición del domingo 8 de mayo de 2011



La explotación sexual de niños, niñas y adolescentes sigue siendo un asunto poco problematizado en nuestropaís, del cual aún cuesta  hablar en términos de delito. Sin embargo, la Ley 18.815 del año 2002 la tipificó  como tal, y la posterior Ley 18.362 de creación de los Juzgados Letrados de Primera Instancia en lo Penal Especializados en Crimen Organizado ubicó entre sus cometidos su abordaje judicial. Lo que sucede es que las trabas parecen ir más allá de lo formal. Contribuir a generar una mirada que complejice la lectura del tema, haciendo foco en valores, discursos y prácticas que naturalizan o legitiman la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes, es parte de lo que se propone la presente entrevista con el doctor Jorge Díaz, titular del Juzgado Especializado en Crimen Organizado de Primer Turno. 


Isabel Perez



Los Juzgados Letrados de Primera Instancia en lo Penal Especializados en Crimen Organizado de Primer y Segundo Turno comenzaron a funcionar a partir del primero de enero de 2009. Su cometido es investigar y juzgar todos aquellos delitos cometidos por grupos delictivos organizados. En ese marco fue incluido, aunque
no desde un primer momento, el seguimiento de los delitos de explotación sexual comercial y trata de personas, lo que implicó un importante desafío para sus operadores que, hasta ese momento, tampoco habían pensado a estas prácticas como parte del crimen organizado.
 
Al mismo tiempo, en nuestra sociedad, la reacción más frecuente frente a los temas de violencia y explotación sexual parece oscilar entre dos extremos que poco ayudan a ver el problema de frente: la naturalización y el silenciamiento unas veces, el sensacionalismo o el escándalo las otras.
Atender a lo que los protagonistas y operadores piensan puede contribuir a ampliar la mirada para pensar qué valores sostienen, aún hoy, que personas u organizaciones cometan este delito. Sobre ello, y en el marco de un caso puntual de desarticulación de una red de explotación sexual infantil en el Departamento de Paysandú, La República de las Mujeres dialogó el doctor Jorge Díaz.


LA HIPOCRESIA

-En ocasión de la presentación del libro “El género, la edad y los escenarios de la violencia sexual”, de Diana González y Andrea Tuana, en la que usted participó, dijo que le sorprendió la sorpresa de Paysandú una vez que se resolvió el caso de la red de prostitución infantil en el que el juzgado a su cargo trabajaba. ¿A qué se refería?


-Más allá del lugar, en todos estos temas hay en la sociedad instalada una gran hipocresía. En primera instancia, porque si hay ofertaes porque hay una demanda previa. Si existen personas que se encargan de explotar sexualmente a menores, es porque hay personas que demandan a niños, niñas o adolescentes como objeto sexual. Yo creo que es claro que en este caso la demanda precede a la oferta.
Pero, además, hay hipocresía social porque tendemos a ver algunas cosas como naturales, como normales, parte del paisaje urbano, y un buen día viene alguien desde fuera y nos dice: ¡esto está mal, esto es un delito! Y allí nos sorprendemos…,pero nos sorprendemos de algo que teníamos a la luz pública.
-¿Qué cree usted que sucede?

-Cuando se habla de explotación sexual o de trata, se dice que hay un fenómeno invisible. Yo digo que lo invisible es la captación, pero a la hora de la explotación no hay invisibilidad posible. En el caso de Paysandú era visible, porque la explotación sexual se hacía precisamente en ese lugar: el fenómeno comenzó instalándose en la plaza principal, luego se trasladó al cruce fronterizo, donde existía la “colade camiones” por el corte (de ruta) de Fray Bentos. Se producía ahí, a la luz pública. 


Cuando el proceso se desata, la sociedad se sorprende. A mí me sorprende la sorpresa, porque era algo que estaba a la vista de todos. Y además, porque en algunos casos era notorio, por la propia complexión física de las víctimas, que estábamos hablando de menores de edad.


-Parece ser una reacción social que se repite.



-A mí me hace pensar muchas veces en la transformación que tenemos como sociedad, que nos mete tanto en nuestros problemas que a veces no podemos -o no queremos- ver las cosas que pasan a diario frente a nuestros ojos.


Quizá tenga relación también con que se suele juzgar la actividad y no ver a estos niños, niñas y adolescentes, en este caso, como víctimas.


Hay un asunto que es clave: en Uruguay, se podrá estar de acuerdo o no, pero la prostitución no se valora como un fenómeno culturalmente negativo. En general hay una aceptación, más bien tácita que expresa, frente al fenómeno de la prostitución. Yo creo que en ese sentido es muy valiente la propuesta del libro de González

y Tuana: discutir si lo es. Pero lo cierto es que hoy está aceptado, más allá de que en la hipocresía social siempre está la crítica de la actividad o de quien realice la misma. Ahora, en el caso de niños, niñas y adolescentes, que nadie vacilaría en calificarlo como algo aberrante, en la medida en que se empieza a “integrar al paisaje” se hace más difícil de ver.


LA JUSTIFICACION

Uno de los nudos problemáticos que impiden visibilizar la violencia y entender la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes como delito, pasa, para las autoras del ibro al que se refiere el doctor Díaz, por poner en debate si efectivamente la prostitución es una práctica “natural” o debemos entenderla como práctica indefectiblemente atravesada por el patriarcado, y por tanto producto de las relaciones desiguales de poder entre varones y mujeres. 
Respecto de cuánto hay de ideológico en la mirada de estos temas, parece iluminar el pasaje siguiente de la entrevista con el juez: “A mí me recuerda a cuando tú vas a caminar por el centro de Montevideo un domingo de  tarde, cuando no hay tránsito. De pronto ves edificios, elementos que pasas todos los días por ahí y no los ves. Salvando las enormes diferencias, creo que nos pasa algo similar con estos temas”.
-No sé si los explotadores asumen en algún momento su responsabilidad o los delatan las pruebas. Pero, ¿cuál es el perfil, qué es lo que dicen cuando son acusados?


-En realidad, cuando se hace un proceso de investigación de estas características, es muy difícil negar. Porque hay filmaciones, escuchas y demás. El cuerpo probatorio es tan importante que es muy difícil que la persona niegue su responsabilidad. En general, lo que hay es una justificación. Por ejemplo, dicen que no explotaban sexualmente a las o los adolescentes, que sí mantenían relaciones con ellas o ellos a cambio de dinero pero que no las explotaban. Que sí las trasladaban al lugar al que ellas o ellos le pedían, pero por la voluntad de las o los jóvenes. Entre otras cosas…


- Es decir, responsabilizando a las propias víctimas…



-Sí. En general hay una transferencia en la responsabilidad. Porque además suelen decir:“yo la albergo en mi casa, le doy de comer, mirá que bueno que soy”.


De todos modos, la de Paysandú fue una mínima intervención. Nosotros tenemos idea de que hay muchos más. El gran problema es en general con qué tipo de autoridad administrativa realizamos este tipo de investigaciones. Como es un fenómeno que está culturalmente aceptado en el medio, es prácticamente imposible hacerlo con la policía local.


Ningún Estado del mundo tiene suficiente cantidad de dinero como para investigar al crimen organizado. Sin embargo, una investigación que tenga éxito tiene un impacto importantísimo desde el punto de vista social.


-Usted ha comentado que una de las víctimas, durante el proceso, expresó su desconfianza en la Justicia.


-“¿Por qué yo voy a colaborar contigo si tú no vas a hacer nada por mí?”. Esas fueron las textuales palabras de una de las chicas. Duras, son muy duras y en parte tiene razón.
Están las dos caras. La chica que planteaba eso era adicta y el Estado había hecho cosas por ella. Pero los

resultados fueron buenos al principio y luego no. Para eso también tenemos que estar preparados. No podemos dar la respuesta sencilla de que “nosotros hicimos, pero si no se encarriló es porque no quiere”, “es un caso perdido” o expresiones del estilo. Hay que ser conscientes que salir de una adicción no es fácil y más

tratándose de adolescentes. Por eso digo que es parcialmente cierto lo que ella decía. Pero uno se siente interpelado cuando se lo plantean en esos términos.


Al final (la joven) aportó a la investigación. Pero ese fue su primer argumento. Luego aparecía esto de que la persona acusada era visualizada por las víctimas como alguien que les había dado un lugar, las había ayudado.


- Parece que ni los explotadores se consideran tales, ni las chiquilinas y chiquilines se visualizan como  víctimas.


-No solo eso, sino que si se visualizan como víctimas no lo quieren reconocer, porque tira abajo también su autoestima. En general, es la cuestión más complicada en este tipo de investigaciones: que no se cuenta con la
colaboración de la víctima. Porque no se siente víctima y muchas veces, por el contrario, se sienten responsables de la situación en la cual están, y si no, porque sienten mucho miedo.
LOS CAMBIOS CULTURALES



Tal como aportan también las autoras del trabajo “El género, la edad y los escenarios de la violencia sexual”, es la naturalización de la existencia de una sexualidad hegemónica y dominante donde las mujeres, los niños, niñas y adolescentes están al servicio de la sexualidad masculina, lo que posibilita que en gran parte de los casos las víctimas no logren reconocerse como tales. Tampoco logra hacerlo la sociedad, que de este modo suele omitir su responsabilidad en la reparación de derechos de la que debiera sin embargo encargarse. 


Esto último, puede encontrar una de sus explicaciones en lo que las autoras denominan una confusión frecuente respecto a los derechos sexuales de niños, niños y, sobre todo, adolescentes. La misma radica en considerar que tener derechos sexuales excluye de por sí tener derecho a la protección frente a violencias/ abuso/explotación. Pareciera omitirse que ese derecho debe ejercerse, por un lado, desde las especificidades del desarrollo del sujeto en ese momento vital y, por otro, sin estar sujeto a desigualdades de poder de toda clase: generacionales, de género, entre otras. Esto es reconocerlos como sujetos de derechos.


-En las historias de vida del caso de Paysandú, ¿aparecen elementos de esa hipótesis que atraviesa el libro de González y Tuana, respecto de una posible continuidad entre el abuso intrafamiliar y la explotación sexual comercial?


-Sí. De hecho una de las víctimas, que captaba a otras en un hogar femenino, realmente tiene una historia terrible. Hija de un padre policía, que había violado a su hermana mayor, la había dejado embarazada y que había convivido con su hermana y el hijo en la misma casa en que vivían con su madre y el resto de las hermanas. Ella prefería estar lejos de esa historia cotidiana, aunque fuera también en un marco de explotación. El caso del padre de esta chiquilina terminó con el procesamiento por incesto, pero es fuerte. Siempre hay una historia detrás de la historia. 
-¿Qué representa para usted, como juez, hacer cumplir la ley en casos como este en que están implicadas también cuestiones internalizadas por la cultura?


-Yo ingreso al tema crimen organizado por la vía de las investigaciones de droga y de lavado. El perfil que tenía por formación y por experiencia era ese. Participé además en la redacción de la ley de creación de los juzgados especializados en crimen organizado. Una cosa que nos pasó es que la explotación sexual de los niños, niñas y adolescentes y la trata de personas, no estaban incluidos como delitos de competencia de estos juzgados. Y no estuvieron incluidos en la primera comisión, pero tampoco se incluyó en la comisión revisora que funcionó en la órbita del Centro de Estudios Judiciales. Y tampoco se incluyó en la iniciativa del Poder Ejecutivo. Se incorpora recién en el Parlamento, a iniciativa de la entonces senadora Margarita Percovich.
 Cuando aparece en el proyecto, nosotros no lo teníamos visibilizado como parte del crimen organizado. Como operador y como ciudadano no lo veía allí. Realmente en esto se ve hasta qué punto estos temas tienen que ver con cambios culturales muy complicados.
Cuando la senadora lo plateó y el Poder Ejecutivo nos consultó, yo dije: “sí, sí. No me cabe ninguna duda de que es así”. Pero, ¿por qué no se nos ocurrió? Allí empezamos a hablar con policías con los que habíamos trabajado en diversas investigaciones y nos preguntábamos: “¿cuántas veces tuvimos esto delante de los ojos y no lo vimos?”. Yo no tengo empacho en decir que formo parte del proceso de transformación de la mirada

de estos temas.




*Las ilustraciones de estas páginas, al igual que la que luce en tapa de la publicación, reproducen obras de la muestra “Un grito de ayuda para las víctimas de la explotación sexual”, presentada en Buenos Aires, Argentina, por Ruido Colectivo de Artistas (http:// www.ruidocolectivodeartistas.bolgspot.com).








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